Mi experiencia hasta poco antes del Covid era vivir en un pequeño estudio de 35 metros cuadrados, con luz indirecta y mucha
pared y cemento. Eso era todo lo que podía ver a través de las ventanas. Instalar un altillo con futon ayudó a distribuir los
espacios, pero no dejaba de ser un poco bastante una "celda monacal" o "carcelaria". Y si, podía salir e ir al parque, pero, a partir
de la pandemia, la necesidad de naturaleza y de plantas se fue haciendo mayor y mayor. No tenía terraza ni espacio para más de unas pocas macetas. Así que fui ganando espacio en el aire, colgándolas desde el techo y ahora el estudio es un jardín colgante lleno
de frescor y vida, en el que puedo pasar horas, días y semanas con la sensación de formar parte de la naturaleza y respirar su
frescor. Cada planta es protagonista, el verlas a diario frente a frente ha potenciado nuestra comunicación y conocimiento mutuo y, juntos, vivimos una percepción de plenitud compartida.
Ganador del tercer premio del concurso "La experiencia de vivir en mi casa"